Unas semanas atrás, en el conocido restaurante Astrid & Gastón, de la calle Lafinur, nos reunimos algunos periodistas convocados por los distribuidores (Arnaldo Etchart, Catalina Uriburu y Diego Caselli), y el titular de la Bodega Chacra, Piero Incisa della Rocchetta, conjuntamente con dos colaboradoras.
Resulta oportuno comentar que Piero es el nieto del Marqués Mario Incisa della Rocchetta, que a mediados del siglo pasado comenzó su tarea de vitivinicultor en Toscana, Italia, pero haciendo su vino sólo para la familia y remitiendo a ciertos conocidos sólo algunas cajas.
Recién en 1968 el padre de Piero comenzó a venderlo comercialmente. El vino es el exclusivo y famoso Sassicaia, conocido en el mundo entero. No obstante, tanto él como su familia tienen varios emprendimientos vitivinícolas.
Piero conoció un Pinot Noir de la Patagonia a través del winemaker de origen sudafricano Hans Vinding Diers (en la imagen), que se había instalado en Rio Negro, a unos 100 kms al este de Cipolleti, con la bodega Noemia de la Condesa Noemí Marone de Cinzano (prima de Piero), con quienes tuve oportunidad de conversar en oportunidad de una presentación de sus vinos que he comentado algunas veces y en especial (dos de ellos), en el número anterior.
Interesado en la zona adquirió en 2004 un viñedo plantado en 1932, cercano a la localidad de Mainqué. Luego compró otros viñedos, uno de ellos plantado en 1955. De allí los nombres de sus vinos Chacra 32 y Chacra 55, además del Barda y Mainqué.
La bodega está ubicada en el Valle del Río Negro, en el noreste de Patagonia, a 1100 kilómetros al sur de Buenos Aires, en el árido desierto central de la república cuya fuente de agua surge de los ríos Neuquén y Limay, que provienen de los Andes y que confluyen en el Río Negro que desemboca en el océano Atlántico.
El valle del Río Negro es históricamente un glaciar de 25 kms. de ancho y 500 kms. de largo, a una altitud promedio de 230 metros sobre el nivel del mar y es irrigado por un sistema de canales artificiales construido a partir del año 1900 bajo el proyecto del Ingeniero Cesar Cipolletti.
El emprendimiento está cerca de la localidad de Mainqué, entre Villa General Roca y Villa Regina, sobre la Ruta 22. Las lluvias anuales no exceden los 250 milímetros, la humedad máxima es del 30% y la zona posee -como otras ubicaciones convenientes para la vitivinicultura- una gran amplitud térmica y una gran luminosidad, con sol intenso prácticamente todo el año, lo que permite un buen desarrollo de las uvas. Los suelos son como casi todos los que en nuestro país producen vides, es decir arcillosos y calcáreos, con presencia de arena.
Piero es un convencido de la biodinámica y la aplica a sus viñedos, logrando vinos saludables y duraderos.
En una cena muy distendida, nos explicó las características de sus vinos, orgánicos 100 % y en especial de los dos que tuvimos oportunidad de probar.
En primer lugar, con la entrada (a base de pescado), disfrutamos del Barda, Pinot Noir, Cosecha 2009, que me pareció el mejor pinot noir que he probado en mucho tiempo.
En efecto, este vino que se elabora bajo estrictas normas que permiten calificarlo como orgánico y biodinámico, se produce a partir de uvas con un rendimiento de 4 toneladas por hectárea que luego de la vendimia pasan por una maceración en frío durante tres días aproximadamente y durante la fermentación tumultuosa (con levaduras indígenas), se realizan remontajes dos veces por días. Luego el vino es decantado por gravedad y pasa a las barricas para la fermentación maloláctica, durante un mes y luego es criado durante once meses, en las mismas barricas, de roble francés (25 % nuevas).
El vino tiene rojo rubí oscuro, típico de la zona (es decir más oscuro que los pinot de borgoña), aromas a frutos rojos, como cereza y frutilla, además de trufas y un toque de vainilla. Tiene muy buena acidez, es elegante, armonioso, importante, con buen cuerpo (14°), y una interesante personalidad. Es un vino excelente y su precio, que ronda los $ 160, se justifica plenamente.
Con el segundo plato (también de pescado), disfrutamos del Mainqué Merlot, Cosecha 2008, que -como en el otro caso- ha sido el mejor merlot que he probado en mucho tiempo. Se elabora con un procedimiento similar al anterior pero en este caso el tiempo de barricas es de veinticuatro meses. Es un vino con un color rojo granate bastante profundo, que muestra muy buenas piernas y que ofrece aromas a frutas rojas y negras maduras, notas de especias y toques de vainilla y chocolate. En boca tiene un ataque amable, muy buen cuerpo (14,5°), se lo nota fresco pero envolvente, agradable y completo, con sensibles notas terciarias que no opacan la fruta y que lo hacen complejo y elegante y que dejan un excelente recuerdo en la boca. Un vino soberbio ($ 220).
Con el postre y ante el ofrecimiento de café, preferí continuar con otra copa del Mainqué. Y así se cerró una velada agradable que nos permitió conocer estos vinos y la filosofía con que se hacen, digna de elogio.